Me he armado de valor, hace tiempo, en la revista Redes para la Ciencia publicaban relatos de ciencia ficción, y yo estaba trabajando en una escuela infantil y me dió por escribir esto, lo mandé, pensando que no les iba a gustar, pero me lo publicaron en el número 15.
Aquí lo tenéis, echadle un ojo, no es gran cosa, pero me gusta y espero que a vosotros también.
Querido diario:
Ya no puedo más, los días se me hacen
eternos, temo cuando llega la hora de ir a trabajar, he perdido toda
la ilusión.
Ayer fue la gota que colmó el vaso, ya
era difícil estar con los niños encerrados en un aula diminuta sin
ventanas y sin posibilidad alguna de sacarles a un patio a tomar el
aire o hacer una excursión, pero hay cosas que son inhumanas para
cualquiera.
Yo soy una profesora paciente, y
siempre intento sacar partido de toda situación por mala que
parezca, y, lo cierto es que cada día creo que la cosa va a peor.
De acuerdo, yo ya sabía lo que me iba
a encontrar, no es fácil trabajar en una nave espacial que viaja a
la velocidad de la luz en misión exploratoria, lo que nadie entiende
es lo difícil que es ser la profesora de doce niños de entre uno y
tres años, hijos de los tripulantes de dicho vehículo.
No me malinterpretéis, los niños son
unos angelitos, a su modo, cierto es que siempre intentan liarla de
alguna manera, pero son niños y es casi su obligación ser
traviesos, lo peor es cuando los padres no entienden que, cuando se
terminan las clases soy una persona más, con derecho al ocio y a no
pensar en el trabajo y a descansar sin preocuparme de los peques. No,
para ellos el encontrarme en la cantina o en la cubierta de ocio es
un alivio, dejan de preocuparse por sus hijos (total, ya está la
tonta de la profesora por ahí, ella se ocupará) y he llegado a un
punto en el que no me atrevo a salir de mi camarote para no tener que
encontrármelos.
He pedido cita para hablar con el
capitán con la esperanza de que tome cartas en el asunto y se
solucione de alguna manera el problema, y, de paso, le voy a hacer
entender que no se pueden realizar pruebas de gravedad sin avisarme;
¿alguien sabe lo difícil que resulta atrapar a los niños cuando
están flotando sin control por toda el aula entre juguetes? Además,
ellos nacen con el reflejo innato de flotar, y a mi cada día
me cuesta más, así
que aprovecharon para tomarme un poco el pelo y hacerme pedorretas;
creedme cuando os digo que es muy desagradable cuando impacta contra
tu cara una bola de baba.
Lo he decidido, si la situación no
cambia, en el próximo planeta desembarco y me dedicaré a hacer
calceta, o a cazar monstruos espaciales, que seguro que son más
fáciles de atrapar que estos niños.