¿Se puede amar a un Lannister?
Ella cruzó el patio como todas las
mañanas desde que llegara a Desembarco del Rey, era demasiado
temprano y el castillo aún dormía, pero sus labores en la sastrería
la obligaban a madrugar.
Era consciente de que, pese a ser
miembro de la casa Stark, el poder de la familia no era suficiente
para que pudiese vivir cómodamente en la capital del reino sin tener
que trabajar, así que se resignó a una vida de servicio.
Sus pensamientos divagaban en estos y
otros asuntos cuando, al doblar la esquina, impactó de frente contra
algo duro que la hizo caer al suelo. Dolorida por el golpe levantó
la vista y le vio, era él, el hombre por el que todas las mujeres
suspiran: el Matarreyes.
Solo acertó a musitar una breve
disculpa, cuando la mano de él, enguantada en terciopelo blanco se
ofreció a ayudarla.
No podía ser, ella había oído muchas
veces a las mujeres del castillo decir que él sólo era educado con
su hermana, pero ahí estaba, ayudándola a levantarse.
Con cara de preocupación, Jaime
Lannister observó a la dama y se llevó una sorpresa, ¿desde cuando
las cortesanas del castillo eran tan bellas?
-Disculpad, Milady si en mi
atolondramiento os he lastimado, nada más lejos de mi intención que
herir a una dama tan hermosa como vos. - Ella parpadeó asombrada,
convencida de estar soñando.
-No, disculpadme a mi, mi señor, no os
he visto, mas no os preocupéis, estoy bien.
-Las damas nunca deben disculparse, mi
señora, y menos cuando no ha sido su culpa. Debo resarciros por este
agravio, ¿me permitís que os invite a desayunar? -El rubio se
descubrió a sí mismo diciendo algo que nunca se le habría
ocurrido, ¿estoy invitándola a compartir mi comida? ¿Qué me está
pasando?
-Sería un honor, mi señor, pero debo
ir a desempeñar mis labores en la sastrería y me temo que ya llego
tarde.
-Otra vez os causo un problema, no me
gustaría que se enojaran con vos, la Septa os perdonará si os
acompaño y asumo mi culpa, ¿os apetecería entonces cenar mejor?
-Ella se sonrojó y, tímidamente asintió, aunque su cabeza daba
vueltas y le recriminaba su actitud, era una Stark, no debería ni
hablar con él.
Cruzaron los pocos metros que restaban
hasta la sastrería en silencio, acercándose poco a poco
inconscientemente. Al llegar, el capa dorada se giró y habló.
-Aún no me habéis dicho vuestro
nombre, y eso os hace estar en ventaja, puesto que imagino que sabéis
quién soy.
-Por supuesto, mi señor, vos sois el
Mata... perdón, Ser Jaime Lannister, yo soy Cristina Stark, de
Invernalia. -Jaime dio un paso atrás al oírlo, ¿una Stark?
¿Trabajando en el castillo? De todas las familias a las que podría
pertenecer aquél ángel y tenía que ser una Stark.
CONTINUARÁ