EL CONCURSO:
Estaba muy nerviosa, tenía el número cuarenta y ocho y cada
vez que oía que llamaban a alguien con un número terminado en ocho su cuerpo
reaccionaba como un resorte dispuesto a lanzarla al escenario, pero
afortunadamente, conseguía frenar el impulso a tiempo.
Se repetía mentalmente que debía permanecer serena e
impasible, que estaba de sobra preparada para cualquier cosa que fuesen a
pedirle una vez que finalmente anunciaran su maldito número, pero con el paso
de las horas cada vez se sentía más insegura.
Cerró los ojos y trató de recordar cómo había empezado esta
locura porque sí, realmente debía estar loca para haberse prestado a esto
porque todo el mundo sabía que invitar a los de su clase a participar en el
concurso sólo había sido una forma en la que los organizadores intentaban
acallar las críticas recibidas por el evidente clasismo que se respiraba en el
ambiente. En fin, pues eso, ella era solo una decoración más entre los cientos
de ramos de flores y oropeles del salón de actos.
La sensación de estar fuera de lugar fue creciendo a medida
que veía a sus compañeras bajar del escenario con una sonrisa que se tornaba en
mueca de desagrado al verla. Estaba a punto de salir huyendo de todo esto
cuando divisó a su madre. No podía hacerle eso, ella la había apoyado
ciegamente como solo las madres saben hacer, había corrido a casa en cuanto se
enteró de la noticia de que iban a elegir a alguien que nos representase y se
había empeñado tozudamente en que su hija era la indicada. ¡Caray, si hasta se
había peleado con su mejor amiga porque pensaba que no la apoyaba lo
suficiente! Está bien, lo haría por ella.
Todavía no se había decidido sobre qué talento demostrar
cuando fuese su turno ¿Bailar?, ¿Tocar un instrumento?, ¿Cantar? Al volver a
mirar hacia su madre se acordó de la canción que le cantaba de pequeña, aquella
en la que se contaba la historia de los suyos, que estaba ligada a sus raíces y
que todos llevaban en el corazón. Sí, cantaría esa canción para demostrar que,
aunque los demás pensasen que no debía estar allí por ser diferente, ella
estaba muy orgullosa de su historia, sus gentes y su origen. Saldría con la
cabeza bien alta y haría que su madre se sintiese orgullosa.
Y entonces, sacándola de sus pensamientos, sonó la llamada
al número cuarenta y ocho, ya sí que no había vuelta atrás. Subió al escenario
luciendo el traje típico de su pueblo que le habían tejido a mano su madre y
sus vecinas. Puede que no fuese tan glamouroso ni tuviese brillo ni excesivo vuelo
en la falda, pero era la esencia de todos los suyos y lo llevaba orgullosa.
Tras veinte minutos de preguntas sobre ella, lo que pensaba
de varios temas de actualidad y alguna que otra pregunta tonta sobre secretos
de belleza y demás, llegó el momento de cantar. Cerró los ojos y cantó como
nunca lo había hecho, sentía la fuerza de todo el mundo que la apoyaba, sus corazones
latiendo al mismo ritmo. Cuando entonó la última nota todo el teatro estaba en
silencio y se estremeció. Estaba convencida de que no había podido conmover al
público ni a los jueces, pero, de pronto, un aplauso ensordecedor la hizo ver
que estaba equivocada. El presentador, con lágrimas en los ojos, le dio las
gracias, la felicitó y la acompañó entre bambalinas.
Dos horas más tarde, todas estaban de nuevo en el escenario
esperando el veredicto del jurado y ella se sentía pequeñita ante tanta gente y
tanta luz, estaba deseando terminar e ir a hacia su madre, necesitaba abrazarla
y darle un gran beso.
Nombraron a las elegidas en segundo y tercer puesto, tras
aplausos y sonrisas forzadas, flores y fotos rápidas porque el tiempo es oro en
directo y porque realmente lo que importaba era saber quién iba a ser la elegida.
Esos minutos hasta poder sentirse liberada se estaban
haciendo eternos, -Mamá, sácame ya de aquí- Pensó.
-Y la ganadora es…. (Redoble de tambor): ¡Yamierila! -Anunció
el presidente del jurado.
¡No podía ser, era su nombre, había ganado! ¿No sería una
broma? Estaba clavada en el sitio y notó un leve empujón de su compañera de al
lado – Has ganado, sal, venga – Le dijo.
El presentador la guió hacia la marca que había en el suelo
y una azafata le puso una banda rosa y una corona que le quedaba un poco
grande.
En su discurso de agradecimiento no paró de dar las gracias
y nombrar a su madre y a su pueblo mientras se sujetaba la corona con uno de
sus tentáculos para que no se le cayese al suelo.
Sí, por fín se había hecho historia y justicia. Por primera
vez en más de mil años, Miss Universo era de otro planeta que no era la Tierra.