01 mayo 2021

Relato especial día de la Madre

Hoy os traigo una pequeña historia dedicada a todas las madres que nos apoyan continuamente y, en, especial, a la mía.

¡Te quiero mucho, mamá!

EL CONCURSO:

 

Estaba muy nerviosa, tenía el número cuarenta y ocho y cada vez que oía que llamaban a alguien con un número terminado en ocho su cuerpo reaccionaba como un resorte dispuesto a lanzarla al escenario, pero afortunadamente, conseguía frenar el impulso a tiempo.

Se repetía mentalmente que debía permanecer serena e impasible, que estaba de sobra preparada para cualquier cosa que fuesen a pedirle una vez que finalmente anunciaran su maldito número, pero con el paso de las horas cada vez se sentía más insegura.

Cerró los ojos y trató de recordar cómo había empezado esta locura porque sí, realmente debía estar loca para haberse prestado a esto porque todo el mundo sabía que invitar a los de su clase a participar en el concurso sólo había sido una forma en la que los organizadores intentaban acallar las críticas recibidas por el evidente clasismo que se respiraba en el ambiente. En fin, pues eso, ella era solo una decoración más entre los cientos de ramos de flores y oropeles del salón de actos.

La sensación de estar fuera de lugar fue creciendo a medida que veía a sus compañeras bajar del escenario con una sonrisa que se tornaba en mueca de desagrado al verla. Estaba a punto de salir huyendo de todo esto cuando divisó a su madre. No podía hacerle eso, ella la había apoyado ciegamente como solo las madres saben hacer, había corrido a casa en cuanto se enteró de la noticia de que iban a elegir a alguien que nos representase y se había empeñado tozudamente en que su hija era la indicada. ¡Caray, si hasta se había peleado con su mejor amiga porque pensaba que no la apoyaba lo suficiente! Está bien, lo haría por ella.

Todavía no se había decidido sobre qué talento demostrar cuando fuese su turno ¿Bailar?, ¿Tocar un instrumento?, ¿Cantar? Al volver a mirar hacia su madre se acordó de la canción que le cantaba de pequeña, aquella en la que se contaba la historia de los suyos, que estaba ligada a sus raíces y que todos llevaban en el corazón. Sí, cantaría esa canción para demostrar que, aunque los demás pensasen que no debía estar allí por ser diferente, ella estaba muy orgullosa de su historia, sus gentes y su origen. Saldría con la cabeza bien alta y haría que su madre se sintiese orgullosa.

Y entonces, sacándola de sus pensamientos, sonó la llamada al número cuarenta y ocho, ya sí que no había vuelta atrás. Subió al escenario luciendo el traje típico de su pueblo que le habían tejido a mano su madre y sus vecinas. Puede que no fuese tan glamouroso ni tuviese brillo ni excesivo vuelo en la falda, pero era la esencia de todos los suyos y lo llevaba orgullosa.

Tras veinte minutos de preguntas sobre ella, lo que pensaba de varios temas de actualidad y alguna que otra pregunta tonta sobre secretos de belleza y demás, llegó el momento de cantar. Cerró los ojos y cantó como nunca lo había hecho, sentía la fuerza de todo el mundo que la apoyaba, sus corazones latiendo al mismo ritmo. Cuando entonó la última nota todo el teatro estaba en silencio y se estremeció. Estaba convencida de que no había podido conmover al público ni a los jueces, pero, de pronto, un aplauso ensordecedor la hizo ver que estaba equivocada. El presentador, con lágrimas en los ojos, le dio las gracias, la felicitó y la acompañó entre bambalinas.

Dos horas más tarde, todas estaban de nuevo en el escenario esperando el veredicto del jurado y ella se sentía pequeñita ante tanta gente y tanta luz, estaba deseando terminar e ir a hacia su madre, necesitaba abrazarla y darle un gran beso.

Nombraron a las elegidas en segundo y tercer puesto, tras aplausos y sonrisas forzadas, flores y fotos rápidas porque el tiempo es oro en directo y porque realmente lo que importaba era saber quién iba a ser la elegida.

Esos minutos hasta poder sentirse liberada se estaban haciendo eternos, -Mamá, sácame ya de aquí- Pensó.

-Y la ganadora es…. (Redoble de tambor): ¡Yamierila! -Anunció el presidente del jurado.

¡No podía ser, era su nombre, había ganado! ¿No sería una broma? Estaba clavada en el sitio y notó un leve empujón de su compañera de al lado – Has ganado, sal, venga – Le dijo.

El presentador la guió hacia la marca que había en el suelo y una azafata le puso una banda rosa y una corona que le quedaba un poco grande.

En su discurso de agradecimiento no paró de dar las gracias y nombrar a su madre y a su pueblo mientras se sujetaba la corona con uno de sus tentáculos para que no se le cayese al suelo.

Sí, por fín se había hecho historia y justicia. Por primera vez en más de mil años, Miss Universo era de otro planeta que no era la Tierra.